domingo, 26 de julio de 2009



Es extraño que en esta cala haya tantos perros. El calor de la única calle que se puede divisar desde cualquier ventanal y la brisa que trae este mar, que no es el mío, debe de atraer a los 100 pasajeros a bordo de esta cala a sacar a sus perros, que casualmente o son enormes o son pequeñas ratas de cloaca repeinados como si fueran estrellas de rock o Paris Hilton. Mientras tanto un largo y esbelto gato negro alcanza la cima del último apartamento de la urbanización, un décimo; intento pensar que solo lo he visto yo, que es un golpe de suerte en esta semana aburrida, que hará realidad el deseo que le he pedido y luego desaparecerá.

Me imagino el típico cuadro de los perros jugando al poker, ese cuadro que embriagó al mundo con su simplicidad y a la vez patetismo por ser indefensos animales con conocimiento humano. Yo no tengo perro, ni tampoco tengo ese cuadro pero algun día puede que me compre uno de los dos. De todas maneras si aún creeis que estoy hablando de perros...es que no habeis entendido nada. Solo quiero que mi gato de la suerte aparezca en mi cuarto y me diga que lo que parece una eternidad se convertirá en segundos y lo que parece una gran distancia se convertirá en un encuentro frente a frente o mejor dicho boca a boca. Pero el gato es negro, y no va a aparecer, alo mejor no existe y solo me lo imaginé...pero tengo el presentimiento de que es una señal, como aquel gato que vi hace unos días sustituyendo a una estrella fugaz y al instante alguien me dijo que la vida solo es una.

No entiendo el destino.